Cuando se es joven, con frecuencia nos aburrimos
de la charla de los viejos, de sus manías, de ese volver a repetir las mismas
historias una y otra vez, quejarse de sus achaques. Sin embargo, conforme vamos
madurando, nos damos cuenta que quizá mañana, nosotros también repetiremos la
misma historia aunque pensemos en que no va a ser así. La piel se arruga, las
extremidades pierden fuerzas y los recuerdos se agolpan en nuestra memoria y
tenemos la necesidad de contárselo a alguien, aunque ya no recordemos si ya lo
habíamos hecho. Por ello, me pareció importante recordar a los jóvenes la
importancia de dedicarles unas horas diarias a nuestros padres, a través de
esta carta que una madre escribió a su hija.
Mi querida
hija, el día que me veas vieja te pido..., por favor, que tengas paciencia,
pero sobre todo trata de entenderme.
Si cuando
hablamos repito lo mismo mil veces, no me interrumpas para decirme “eso ya me
lo contaste” solamente escúchame por favor. Y recordar los tiempos en que eras
niña y yo te leía la misma historia, noche tras noche hasta que te quedabas
dormida.
Cuando no
me quiera bañar no me regañes y, por favor, no trates de avergonzarme,
solamente recuerda las veces que yo tuve que perseguirte con miles de excusas
para que te bañaras cuando eras niña.
Cuando
veas mi ignorancia ante la nueva tecnología, dame el tiempo necesario para
aprender, y por favor no hagas esos ojos ni esas caras de desesperada. Recuerda
mi querida, que yo te enseñé a hacer muchas cosas como comer apropiadamente,
vestirte y peinarte por ti misma y como confrontar y lidiar con la vida.
El día que
notes que me estoy volviendo vieja, por favor, ten paciencia conmigo y, sobre
todo, trata de entenderme.
Si
ocasionalmente pierdo la memoria o el hilo de la conversación, dame el tiempo
necesario para recordar y, si no puedo, no te pongas nerviosa, impaciente o
arrogante. Solamente ten presente en tu corazón que lo más importante para mí
es estar contigo y que me escuches.
Y cuando
mis cansadas y viejas piernas no me dejen caminar como antes, dame tu mano de
la misma manera que yo te las ofrecí cuando diste tus primero pasos.
Cuando
estos días vengan, no te debes sentir triste o incompetente de verme así, sólo
te pido que estés conmigo, que trates de entenderme y ayudarme mientras llego
al final de mi vida con amor. Y con gran cariño por el regalo de tiempo y vida
que tuvimos la dicha de compartir juntas, te lo agradeceré.
Con una
enorme sonrisa y con el inmenso amor que siempre te he tenido, sólo quiero
decirte que te amo, mi querida hija...
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