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domingo, 20 de julio de 2014

Carta de una madre a su hija

Cuando se es joven, con frecuencia nos aburrimos de la charla de los viejos, de sus manías, de ese volver a repetir las mismas historias una y otra vez, quejarse de sus achaques. Sin embargo, conforme vamos madurando, nos damos cuenta que quizá mañana, nosotros también repetiremos la misma historia aunque pensemos en que no va a ser así. La piel se arruga, las extremidades pierden fuerzas y los recuerdos se agolpan en nuestra memoria y tenemos la necesidad de contárselo a alguien, aunque ya no recordemos si ya lo habíamos hecho. Por ello, me pareció importante recordar a los jóvenes la importancia de dedicarles unas horas diarias a nuestros padres, a través de esta carta que una madre escribió a su hija.

Mi querida hija, el día que me veas vieja te pido..., por favor, que tengas paciencia, pero sobre todo trata de entenderme.
Si cuando hablamos repito lo mismo mil veces, no me interrumpas para decirme “eso ya me lo contaste” solamente escúchame por favor. Y recordar los tiempos en que eras niña y yo te leía la misma historia, noche tras noche hasta que te quedabas dormida.
Cuando no me quiera bañar no me regañes y, por favor, no trates de avergonzarme, solamente recuerda las veces que yo tuve que perseguirte con miles de excusas para que te bañaras cuando eras niña.
Cuando veas mi ignorancia ante la nueva tecnología, dame el tiempo necesario para aprender, y por favor no hagas esos ojos ni esas caras de desesperada. Recuerda mi querida, que yo te enseñé a hacer muchas cosas como comer apropiadamente, vestirte y peinarte por ti misma y como confrontar y lidiar con la vida.
El día que notes que me estoy volviendo vieja, por favor, ten paciencia conmigo y, sobre todo, trata de entenderme.
Si ocasionalmente pierdo la memoria o el hilo de la conversación, dame el tiempo necesario para recordar y, si no puedo, no te pongas nerviosa, impaciente o arrogante. Solamente ten presente en tu corazón que lo más importante para mí es estar contigo y que me escuches.
Y cuando mis cansadas y viejas piernas no me dejen caminar como antes, dame tu mano de la misma manera que yo te las ofrecí cuando diste tus primero pasos.
Cuando estos días vengan, no te debes sentir triste o incompetente de verme así, sólo te pido que estés conmigo, que trates de entenderme y ayudarme mientras llego al final de mi vida con amor. Y con gran cariño por el regalo de tiempo y vida que tuvimos la dicha de compartir juntas, te lo agradeceré.
Con una enorme sonrisa y con el inmenso amor que siempre te he tenido, sólo quiero decirte que te amo, mi querida hija...


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